Hago referencia a este poema de Antonio Machado para intentar describir mi experiencia y la de mis compañeros durante el camino de Huelva a Villanueva De las Cruces, cuyo único propósito era llegar y brindar nuestro peregrinar a nuestra Virgen, Santa María De la Cruz. Al término de la Romería de 2002, tenía una promesa que hacer a nuestra Señora y no se me ocurrió otra manera mejor de hacerlo, que caminando desde el lugar donde vivo hacia donde vive Ella. Esta inquietud no dejaba de rondarme y una noche en la Cruz De los Caídos lo comenté con mi primo José María Motero (el del tractorista), y él desde ese momento me avaló y apoyó porque ya sería otro peregrino. Desde entonces y durante casi un año maduramos la idea. Otras personas a las que se lo comentamos también quisieron apuntarse, Antonio José (el de la peluquera), José "Coto", Joselillo (el de la Bartolina), Manolito (ruinilla) y Sebastián González Moro. Casi sin darnos cuenta llegó el miércoles, víspera de la Romería, nos abrieron la iglesia, donde rezamos y pedimos a la Virgen un buen camino. Al día siguiente, 1 de mayo de 2003, quedamos en Huelva, en La Orden, a las 9 de la mañana. Nuestras caras delataban las pocas horas de sueño debido al nerviosismo que nos invadía por nuestra inexperiencia, por nuestra primera vez. Todo ello inapreciable comparado con la ilusión que reflejaban los ojos de mis compañeros y por supuesto los míos, por ver a Santa María De la Cruz que nos esperaba en su altar. Ya con todo preparado, con nuestras mochilas en la espalda, con nuestras zapatillas bien colocadas, echamos a andar con un viva muy fuerte: ¡Viva Santa María De la Cruz! - ¡Viva!
Siguiendo el camino, que días atrás habíamos trazado con la ayuda de Juan González Costa, llegamos a Gibraleón sobre las 2 de la tarde donde hicimos una primera parada. La piel ya cogía cierto color rojizo debido al calor insoportable, nuestros pies mostraban síntomas claros de tan duro camino que sería más liviano gracias a una caña que soportaba nuestro peso. No sería hasta las 4 y media de la tarde cuando llegamos al Pantano de Celulosa, pasando por el camino de Los Letrados, para comer y descansar, donde el guarda amablemente nos recibió y atendió hasta la hora de la marcha, 6 de la tarde aproximadamente. Ya camino de La Dehesilla hacia El Guijarral era notable el cansancio. Casi ni hablábamos, nuestras miradas se fijaban casi exclusivamente en el suelo, en el rastro de una caña que menguaba a medida que se acortaba también El Camino. Rezagados unos de otros divisábamos en la penumbra el lugar donde acamparíamos por la noche, El Lote. La alegría nos invadía, y las piernas parecían ir más rápido al ver toda esa gente que nos esperaba, con comida, agua caliente para los pies, con tiendas de campaña y sobre todo con lo más importante para nosotros, con entrega y cariño. Llegamos extasiados, con agujetas e incluso con fiebre, pero fue ahí donde observé en la cara de cada uno de los que nos visitaron una enorme complicidad con nosotros y eso me llenó. Alrededor del fuego comimos, bebimos, contamos nuestro primer día de camino, reímos, cantamos a la Virgen y por supuesto le dimos gracias. A la mañana siguiente nos costó levantarnos y ponernos derechos, pero habíamos dejado atrás 40 Km. aproximadamente, y ahora ya sólo nos quedaba la mitad. Eso nos ayudó a volver a caminar, un caminar bastante más lento que nos llevaría a El Empalme. Antes de llegar nos paramos en un arroyo y fue allí donde decidimos uno de los momentos más emotivos del camino, el bautizo. Cogí mi sombrero, lo metí en el agua y la rocié por todos mis compañeros diciendo esta frase "Yo en nombre de Villanueva De las Cruces y en honor a Santa María De la Cruz, te bautizo", del mismo modo y nombrando la misma frase fui bautizado por Antonio José, inmediatamente gritamos unos vivas a la Virgen y nos abrazamos emotivamente. Camino del Empalme, hicimos nuestra parada para comer en El Paso Maestre, donde de nuevo nos esperaban amigos que nos traían comida y bebida. Una vez descansados proseguimos el camino de Las Moriscas hacia el salto de la vía, donde permanecimos durante casi tres horas esperando las 8 y media de la tarde para subir al alto de La Tiesa. Ya habíamos decidido anteriormente que la entrada en el pueblo sería en la penumbra del día, es decir, sobre las 9 y media. Durante la espera nos visitó Benito (el de la peluquera) que nos sorprendió gratamente con café y bollo. Al año siguiente sería él, otro peregrino más.
Después del largo descanso y viendo que se acercaba la hora nos dirigimos hacia el alto de La Tiesa con cierto nerviosismo porque nos habían dicho que algunas personas nos estaban esperando. Cuál fue nuestra grata sorpresa que al llegar al alto observamos que había mucha más gente de la que nos imaginábamos. Había gente a caballo, gente a pie al borde de la carretera y se escuchaban muchos "¡Viva los peregrinos!", "¡Viva Santa María De la Cruz!". No esperábamos aquel recibimiento, la emoción nos cautivó y nuestros ojos se enrojecieron, nuestras gargantas se anudaron y con nuestro pobre andar la cuesta bajamos acompañados de todos los cruceños que nos seguían para darnos el último aliento de ayuda. Y por fin la entrada en Las Cruces, mucha más gente nos esperaba, el Hermano Mayor de aquel año, Pepe Márquez, el Ayuntamiento, la directiva de la Hermandad y un gran número de cruceños. Incluso tiraron cohetes; yo no daba crédito a lo que mis empañados ojos entreveían. El Bar Jamón nos preparó comida y vino, pero nos paramos sólo un instante porque el motivo de nuestro peregrinar estaba muy cerca, Santa María De la Cruz nos estaba esperando. Fue el momento más emotivo, más bonito y maravilloso, cuando al subir los peldaños de la iglesia repleta de gente y nos arrodillamos delante de Ella, le rezamos y le cantamos. Nos pusimos en pie y sellamos nuestra llegada con un caluroso abrazo entre sollozos y vivas, y por supuesto dimos gracias. Después de aquella experiencia que tuvimos siete personas donde convivimos y abrimos nuestros corazones a la Virgen, nos dimos cuenta que no sería la única vez, que habría muchas otras. Os invitamos a todos a que alguna vez experimentéis lo mismo. Aprovecho la ocasión para dar las gracias a todas las personas que nos apoyaron durante el camino. Como decía al principio, "Caminante no hay camino, se hace camino al andar...", y nosotros hicimos uno.